miércoles, 30 de enero de 2008

Capítulo II: Especial

[Luz brillante tornándose a completa oscuridad]

[Murmuros]

- (voz femenina) Estamos listos… Silencio…


Siempre quise que en mi vida pasara algo especial… algo diferente. Algo que me marcara por siempre y me distinguiera como una persona fuera de lo ordinario. Algo que me sacara de la multitud de personas que pasa por las banquetas de ésta y todas las ciudades…

- (voz amplificada masculina) Silencio por favor… ya vamos a comenzar….
Cinco, cuatro, tres…..

Nunca pensé que el dejar de ser ordinario me iba a tener escondiéndome todos los días. Nunca pensé que el ser ‘uno en un millón’ me iba a hacer perder lentamente lo que aprecio….

- Buenas noches a nuestro auditorio… nos encontramos con el Sr…??
- Humberto de la Garza….


… nunca pensé que el ser especial me costaría la vida.

[Murmullos indistintos de cientos de gentes se van empalmando hasta hacer ruido blanco, la luz de los reflectores nos vuelve a cegar]

Para Humberto, todo comenzó hace casi 30 años.

[Verano del 78, Bosque de la cierra de Arteaga]

El verano es indiferente cuando estás a 3 mil metros sobre el nivel del mar; las camisetas y sandalias, se transforman en sudaderas y zapatos de hiking. Lo tupido de los encinos milenarios que cubren casi por completo la intensidad que pudiera tener el calor del sol, hacen ordinario el supuesto “día mas cálido del año”. La humedad creada por los matorrales situados en los espacios que los pinos cedieron al terreno, hacen adentrarse en el bosque como entrar a un inmenso refrigerador creado por la naturaleza, donde estás completamente aislado de los designios de la órbita terrestre.

Era común en ese entonces para la familia De la Garza, vacacionar durante 3 semanas en la sierra. Como refugio de los bosques tenían una cabaña construida por el abuelo de Humberto; en unos terrenos que, según la (fantástica) historia oficial, ganó en una mano de poker.

Los juegos de competencia y estrategia mental (no necesariamente los de azar), en especial los juegos de cartas, eran los favoritos del Abuelo Vicente. Claro que; de haber dinero, propiedades, o cualquier otro botín sobre la mesa, el juego se hacía infinitamente más interesante. Durante todas las primeras dos décadas del siglo pasado la destreza en el juego de Vicente era legendaria en todo el Noreste del país.

Ese verano, el recuerdo del abuelo aún estaba fresco en la memoria de Humberto. Hacía apenas hace 2 años que había fallecido debido a lo que no se pudo declarar otra cosa que: causas naturales. Si los doctores supieran lo que yo se ahora, tal vez hubieran tenido que utilizar un término un poco menos común que ese. Humberto, a su escasa edad parecía complacido con el término utilizado, pero más aún se sentía aliviado. Ya tenía más de año y medio en que la antes esporádica demencia senil de su abuelo se había tornado en un estado constante de angustia para toda la familia.

El comportamiento errático comenzó sin lugar a dudas cuando Don Vicente dejó todas sus posesiones de la ciudad, para irse a vivir al bosque. El único argumento que dio, fue que el ruido de tanta gente lo estaba volviendo loco. Y no fue un comentario equivocado del todo. Pasó poco tiempo para que Colibrí, como su abuelo cariñosamente lo llamaba se diera cuenta de los lapsos de su abuelo. Un día entrando silenciosamente a la habitación principal lo encontró sentado en la cama, viendo perdidamente hacia la ventana, susurrando con suplicas pidiendo al bosque que guardara silencio; al percatarse que su nieto estaba petrificado viéndolo, Don Vicente no hizo mas que sonreír. Fue poco tiempo después de eso, que la insistencia del abuelo en enseñar a Colibrí a jugar a las cartas tomó fuerza.

Durante los próximos 2 veranos lo único que hacían abuelo y nieto; era salir a caminar por el bosque y jugar a las cartas. En las largas y pausadas caminatas Don Vicente daba cátedras enteras de naturaleza, entrelazadas con cuentos de seres fantásticos y sobrenaturales; hadas, duendes, unicornios y gnomos. En los juegos de cartas el aire se tornaba mas tensionante y serio, mientras instruía disciplinadamente al aprendiz de todas las técnicas para armar una buena mano de poker. Después de varias sesiones de juego se llegó a la parte más importante del adoctrinamiento:

- Colibrí, te voy a enseñar como leer al adversario.

La mente de Humberto de 8 años, no entendía muy bien la analogía, pero seguía atento a las lecciones…

- Bien abuelo! Que es lo importante? Que es lo que debo saber?
- La técnica es simple, y tú tienes todo para poder lograrlo perfectamente. Naciste listo Humberto.

Rara vez le llamaba así…. Y siguió comentando el abuelo:


- Debes respirar profunda y pausadamente… ¿Me sigues?.. Bueno. Debes escuchar tan concentradamente la respiración dentro de tu pecho, que todos los ruidos del exterior se cancelen, te habrás quedado en soledad con tus sonidos internos. Con tu respiración, con los latidos de tu corazón, con las oleadas del pulso corriendo por tu cuerpo.

Humberto ya se encontraba con los ojos cerrados y concentrado, no sabía bien que debía hacer, pero el tono autoritario en el que se fue transformando la voz de su abuelo lo hacía saber que esto en verdad era importante. La lección seguía:

- Bien, bien… Justo así Colibrí. Ahora bien… debes ir más allá de los sonidos internos. Hacer todo eso parte del ruido y encontrar las palabras que se esconden más allá. No abras los ojos.

Colibrí se concentró con fuerza… siguió claro las instrucciones…


- Creo que puedo escucharlo abuelo… distingo la canción.

Humberto detrás del silencio, solamente escuchó a su abuelo tarareando una vieja canción. Después de un rato, abrió los ojos para encontrarse sorprendido de ver a su abuelo tirado en el piso.

Yacía frío e inmóvil…

Tan concentrado había estado el niño en los últimos minutos, que ni siquiera escuchó el sonido de la silla tambaleándose de lado hasta el piso, y llevando a Don Vicente junto con ella.


El tarareo se desvaneció en un eco que se quedó flotando en el aire por unos segundos, para luego ser ahogado por el grito de Humberto pidiendo ayuda. Todo esto, en sincronía con el último aliento del anciano.



"Me gusta cantarle al viento
porque vuelan mis cantares
y digo lo que yo siento
en toditos los lugares."

No hay comentarios: