martes, 29 de enero de 2008

Capítulo III: El llamado

Con cada nota musical que toca las terminales nerviosas correctas se desata el inicio de las sinapsis. Puedo empezar a saborear en cámara ultra lenta como se va encendiendo mi cerebro; primero filtrando y sólo dejando entrar los sonidos agradables a mi estado de letargo, para luego irse sobrepasando el filtro al desbordarse cada una de las texturas no-tan-agradables hacia mi conciencia.

Es una guerra que en tiempo real toma tan solo un par de segundos; pero en mi proceso de reaminación se siente como una eternidad. Es gracioso como el despertar de un profundo sueño parece un proceso tan in-natural. Algo tan aberrante a nuestro cuerpo que inclusive nuestro cerebro se niega a aceptarlo hasta que es inevitable. Hasta que se hilan suficientes pensamientos para recobrar la autoconciencia y lograr consolarnos a nosotros mismos diciendo en un tono casi sin excepción, de derrota: "Estoy despierto...".

Imagino que el proceso de nacer es un sentimiento aún mas in-natural que el de desperar, y agradezco no tener memoria alguna de esos momentos; ya que seguramente perdería aún mas tiempo de mis días pensando en volver al vientre materno, que lo que hago en quejarme por no estar dormido... Afortunadamente en las situaciones correctas el decir "¿Para qué nací?" suena más como un pensamiento filosófico, en lugar de la queja que en realidad es.

Note to self: “Tengo que dejar de ser tan emo… tal vez comprar un libro de auto-ayuda… strike that… un audio-libro de auto-ayuda”. Mis parpados ya se encuentran abiertos.

Distingo, al pasar esta eternidad creada por mi sola percepción, un abanico de techo girando encima de mi. Las cortinas están aun cerradas y solo dejan pasar un par de semi-rectángulos de luz que me hacen detectar en donde se encuentran las ventanas. Unos segundos más me hacen recuperar parcialmente mi conciencia táctil; la sensación de mis manos sobre las sábanas y de mi cabeza sobre la exageradamente firme almohada me ayudan a confirmar:

- Me encuentro lejos. En una cama de fin de semana, ajena a lo que me gusta aferrarme como hogar.- Pienso en mi interior.

El ritual diario de despertarme con la canción que decida el algoritmo del shuffle, me hace regresar a la rutina y sé que me tengo que levantar. Tengo todo un día enfermamente-planeado frente a mi. Al fin logro hacer reaccionar mis piernas y brazos.

Las anotaciones que eternamente dejo a mí mismo escritas sobre el stationary del hotel en curso; y colocadas en el buró del espejo me dan las claras instrucciones de como será el día que me espera en esta ocasión. Intrucciones y la lista de herramientas necesarias para completar el llamado.

Conciente de lo importantes que son los rituales para la profesión, sé que todo lo que necesito en el día se encuentra en mi mochila junto a la puerta del cuarto. Y que solamente son un checklist para no olvidar nada. Me concentró solamente en la única instrucción en el papel:

"Ir a la clase de buceo

7.30am

Muelle de Ponce"



[ Exterior / En los bajos de palacio municipal / Domingo / 43 días antes del día de la clase de buceo]

La música regional, y la folklórica multitud de gente me hacen disfrutar de los 39°C que hacen mi cuerpo perspirar estratégicamente. La ropa ligera y los lentes oscuros ayudan a aminorar las descargas solares, pero aún me siento fuera de lugar.

Las ropas que me cubren y la cámara con lente de zoom extrañamente largo me hacen visiblemente mezclarme en la multitud de turistas ocasionales que pasan por la ciudad y aprovechan para captar el ritual dominical.

Los ciudadanos de la tercera edad prosiguen en sus costumbres como cada octavo día de su existencia. Se mantienen inmóviles en las sillas de jardín que ellos mismos llevan, hasta que empiezan las notas de polka-cumbia usualmente en escala de Do-séptima. Esperan hasta reunir el suficientemente valor y levantarse a invitar a bailar a las contrapartes femeninas sentadas del otro lado de la pista de baile. No termina aún la primera canción del día cuando ya hay por lo menos 3 docenas de parejas bailando al compás de la música.

Note to self: “Debería de tomar lecciones de baile…”. Tal vez serían útiles para algun otro trabajo que tenga que cumplir.

Perdido (para variar) entre la multitud de gente, tomo fotos de cuanto frame artístico pase por mis ojos. Teniendo cuidado de encuadrar, en cuanta imagen pueda, el inmenso pizarrón de anuncios que se postra justo en medio de la pista de baile. Ese pizarrón que obliga al ritual dancístico a convertirse en una elipse de humanos casi pagánamente girando en torno a un tablón café colmado casi en su totalidad de noticias aburridas. CASI en su totalidad... una parte importante debe de resaltar y mostrarme el mensaje de mi siguiente llamado.

Busco con el lente en cada recóndito lugar del tablón. Esta vez encuentro una foto "estilo pasaporte" en blanco y negro, adjunta al pizarrón de corcho con una tachuela junto con un folleto de viaje de algún paradisiaco lugar. Un giro más a los arillos del lente me ayudan a distinguir impreso en letras grandes y amarillas: "Ponce...Puerto Rico". En la parte inferior del folleto, y escritos en pluma encuentro el código acordado: "RHRdG681228".

Sigo presionando eufóricamente el gatillo de la cámara, pensando en mi interior:

- "Wow! El cliente tuvo los huevos para culminar el llamado!!!". - Tan solo 2 de cada 17 posibles contratantes llegan a tener el valor para publicar a la presa.

Ahora, con un semblante visiblemente arrogante y con una voz lo suficientemente tenue para que se pierda entre las cambiantes notas del sonido del bajo: "Este fulano no alcanzará a ver su cumpleaños número 40...".

No hay comentarios: